sábado, 29 de enero de 2011

Capítulo 3

Quien sabe... igual me acababa convirtiendo en una de ellos, con la misma cara aburrida y mi cabello recogido en una coleta, también aburrida.
Salí del coche corriendo hacia la casa. Si iba a quedarme aquí durante mucho tiempo, por lo menos tendría la mejor habitación. Aun que fue muy difícil elegir una habitación que mereciese la pena. Todas estaban pintadas de morado oscuro, lo cual hacía que pareciesen aún más oscuras y tétricas de lo que ya eran.
Me decanté por una que estaba en el segundo piso, lejos de la que habían elegido mis padres que estaba en la primera planta. Era espaciosa, con un gran balcón dando a la calle por la que habíamos venido. “Tendré que darle mi toque personal” pensé.
Bajé las escaleras y me encontré a mi madre metiendo cajas en la casa. Llevaba el pelo recogido en una coleta baja que hacía que se le escapasen unos mechones sobre la frente.
-¿A dónde vas, cariño?-preguntó.
“A escaparme”.
-A mirar el barrio y conocer a mis vecinos.
-Ah, ¿a qué hora vendrás?
“Nunca”.
-No tardaré, mama. Solo quiero ver el barrio, tendré que acostumbrarme, digo yo.
-Bien, quizá conozcas a alguien interesante.
“Sí, como no sea un perro...”
-Claro, hay que ser optimista. Bueno, adiós, mama.
Cerré la puerta y me puse a andar por el barrio sin rumbo fijo. Era fácil perderse, todo era igual, no había ninguna referencia salvo mi llamativa casa, y en cuanto la perdiese de vista, me perdería yo también.
Así que opte por la decisión más madura: salí corriendo con la esperanza de poder volver a mi antigua ciudad.
Tras pasar ver el mismo jardín por tercera vez, di por supuesto que estaba perdida.
“Objetivo logrado, Tayla.”
Estar sola y perdida en un pueblo desconocido tenía sus ventajas, podía pensar tranquilamente sin preocuparme por encontrarme con alguien conocido y tener que fingir una sonrisa durante veinte minutos y hablar del tiempo o los estudios.
Llevaba ya media hora deambulando por las calles de Herecrich, así se llamaba el pueblo sin aparente vida, cuando me detuve al oír un ruido similar al que hace el segundero de un reloj, pero a más volumen de lo normal, al girarme vi a un chico de pelo color castaño oscuro y ojos verdes, también oscuros. Un rizo rebelde le caía sobre la frente haciéndole dándole un aspecto de niño pequeño. Estaba paseando un perro, era un cachorro de pastor alemán precioso que parecía inquieto.
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